domingo, 12 de julio de 2009

LFA

Crear nuestra imagen y consolidarla ante el exterior y ante nosotros forma parte del aprendizaje para la vida.Cada dia llegamos a prodigar auténticas ceremonias de hipocresía con nuestra pareja, amigos, compañeros de trabajo o familiares. Cada día pensamos una cosa y hacemos otra bien distinta al respecto; unas veces actuamos así por no hacer daño a los demás, otras por pura conveniencia, por comodidad, ... Vamos modelando nuestra manera de ser en función de lo que los demás esperan de nosotros. Al cabo de los años, vivimos circunstancias en que es más sensato y conveniente "maquillar" nuestro comportamiento, adecuarlo al contexto y ocultar nuestros verdaderos sentimientos.Lo peligroso de este juego, el de las apariencias, el de los secretos y mentiras, es que muchos naufragan en él. Y te preguntas: "¿quién soy en realidad?". Estas representaciones actorales, asumidas con naturalidad por casi todos, no serán perjudiciales si mantenemos la cabeza fría y sabemos distinguir lo que pensamos, lo que hacemos y lo que, en definitiva, somos de verdad. A medida que crece la competitividad, lo hacen las comparaciones; de ahí la trascendencia de que cumplamos con el prototipo que entendemos se nos ha asignado. La duda surge cuando nos preguntamos si mi imagen exterior y mi comportamiento son los que los se esperan en mí. A fuerza de creer que si no soy ese alguien que los demás "exigen" no seré nada, no me querrán o no me aceptarán, puedo interiorizar esa imagen-modelo, y acabar comportándome sin diferenciar si quien así actúa soy yo o mi proyección impostada. La trampa radica en que, al final, no sepa quién soy y, aún peor, qué quiero ser. Mi comportamiento, llega a no depender de lo quiero, siento o pienso, sino de lo que creo que en cada situación se espera de mí. El qué hacer queda supeditado a lo que intuyo que es "lo que ellos creen que debo hacer". Conceder demasiada importancia a cómo nos verán los demás, propicia miedos e inseguridad. Muchas parejas, tras convivir durante décadas, descubren que no se conocen en lo fundamental, en lo íntimo, aunque sepan al dedillo las manías y costumbres de su cónyuge. Ahora bien, ser yo no significa ignorar las reglas sociales que cada espacio y grupo de personas requiere. Sin dejar de ser yo, no me mostraré de la misma forma cuando solicito un trabajo, hago el amor con mi chica, la compra, o ceno con amigos. Sin arrinconar la consciencia de quién soy, adoptaré las maneras que entiendo convenientes; pero siendo y sintiéndome artífice de mi vida. La mejor fórmula para que me quieran es queriendo yo como lo que soy: una persona auténtica, íntegra y real.

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